El cuadro

Mame Masani lo examinó todo: la ropa, los muebles, los cuadros y las fotografías enmarcadas de las paredes, la comida del frigorífico. Yo había intentado que las habitaciones estuvieran limpias y recogidas, lo que nunca me ha resultado difícil, nunca. El trabajo de media jornada en la tienda me deja las tardes libres para ocuparme de la casa. La vieja me dijo que quería inspeccionar sola el dormitorio, sola.

–Ve preparando el té, niña.

La escuché abrir y cerrar cajones, mover sillas. Cuando vino a la cocina, el té ya estaba listo. Saqué las pastas que Faridah me había aconsejado comprar. Mame Masani lanzó una mirada satisfecha y se sentó. Se colocó la servilleta en el regazo. Le serví el té. Le pregunté si quería leche, pero me dijo que no. Le acerqué los terrones. Siguió en silencio, devorado pastitas.

–Mi querida Nabukenya –me dijo de pronto–, veo que eres una buena esposa.

Sorbió el té y me miró.

–No has hecho nada mal, mi niña.

Se quedó contemplando la foto de Okello que colgaba de la pared. Se la hizo cuando estaba en el servicio militar. Me gusta esa foto porque Okello está muy sonriente. Creo que aquella fue la época más feliz para él, la más feliz: todavía sigue viendo a camaradas, a amigos de entonces. Una vez me dijo que le hubiera gustado permanecer en el ejército, servir quizá en alguna guarnición de las montañas, pero que había tenido la mala suerte de que el gobierno hubiera decidido reducir los efectivos.

–Tu esposo… No sé como decírtelo.

–Es un hombre muy trabajador, muy trabajador.

–No lo dudo, niña –señaló mame Masani.

–Me dice que llega cansado y que no le apetece hacer… nada. Llega cansado.

–Esa ropa que tienes en el cajón de la mesita…

Me sonrojé, me sentí avergonzada: ¡había visto aquella ropa!

–Una amiga de Faridah me dijo que me la pusiera. Pero Okello se enfadó cuando me vio con ella...

Casi inmediatamente sentí un poco de remordimiento por la mentirijilla. No había sido una amiga de Faridah la que me había dicho que comprara aquella ropa obscena. Durante unos meses trabajó en la tienda de la señora Ibyara una muchacha cuya familia vivía a orillas del lago; se llamaba Wesesa y, por alguna razón, Faridah no la aguantaba. No, no era amiga de Faridah.

La chica del lago, Wesesa, me contó que se había casado muy joven, pero que se había separado del primer marido, porque no era nada ardiente, nada ardiente. Ahora estaba casada con un empleado del banco nacional, alguien más fogoso. Ella se había acostado con algunos de sus jefes y, entre risas, me había contado que su marido había recibido una inesperada promoción, una promoción que le pilló por sorpresa. Yo tuve que inventar cosas sobre Okello, que no sé si creyó.

Mame Masani parecía reflexionar mientras sorbía su té. Cuando terminó, me hizo un gesto para que le llenara otra taza. Se echó otros dos terrones. Siguió tomando pastas. Le gustaban especialmente aquellas que tenían una pasa encima.

–Sé lo que vamos a hacer.

–Sí, mame Masani.

–Te voy a traer un cuadro y la colgarás en la cabecera de la cama.

–¿Un cuadro?

–Ya lo verás, mi niña.

Quise echarle más té, pero ella había puesto la cucharilla sobre la taza. Aún así, cogió otra pastita, la última que quedaba con una pasa encima. Pasó un rato dándome instrucciones, que me resultaron muy extrañas, muy extrañas. Insistía en que tenía que hacer lo que me estaba diciendo. Traté de retener todo lo que me decía. Por intentarlo no pasaba nada, no pasaba nada.

–No sé, mame Masani, como agradecerle…

–No te preocupes, mi niña. Cuando tengas un hijo, ya hablaremos.

¡Un hijo! Me parecía aquello tan imposible. ¡Un hijo! Desde que nos habíamos casado, Okello no me había tocado, no me había tocado, ni siquiera me había rozado con sus grandes manos. Siempre decía que estaba cansado, muy cansado. Al principio, me había molestado un poco, pero me había ido acostumbrando. En la casa de madre tenía que ocuparme de mis hermanos, y nunca tenía tiempo para mí, nunca. Mis años de matrimonio con Okello habían sido como unas vacaciones, unas vacaciones.

Pero la gente había empezado a murmurar. Acanit, que se había casado en la misma época que yo, ya tenía dos hijos. La señora Ibyara, la dueña de la tienda, me había dicho que tenía que ir a un médico de Wakaliga Road, un doctor medio hindú que se ocupaba de las cosas de las mujeres. Fue mi amiga Faridah la que me habló de mame Masani.

La vieja se despidió. Agradecida, le acabé entregando las pastas que habían sobrado. A mí no me gusta tomarlas –he engordado desde que me casé– y Okello se enfada cuando compro algo que él cree que no hace falta, se enfada.

La hija mayor de mame Masani trajo el cuadro al día siguiente. Cuando abrí la puerta, la confundí con un hombre: tenía el pelo muy corto y llevaba un pantalón azul de obrero, un pantalón azul. Su aspecto era extraño. Me preguntó hoscamente dónde tenía que poner el cuadro, y lo colgó en el cabecero de la cama. Después me pidió una cerveza. Ya me había advertido mame Masani de lo que tenía que decirle.

–Mi marido no consiente que haya alcohol en casa.

Parecía enfadada, pero se contentó con un perfume, que la señora Ibyara, creyendo que era para mí, me había recomendado: la hija de mame Masani no parece de esas mujeres que se echan perfume, pero fue lo único que le di. Antes de marcharse, me pidió un vaso de agua. Dijo que tenía calor. Se quitó la camisa y se quedó sólo en camiseta: ¡y no llevaba nada debajo! Si hubiera habido delante de nosotros un hombre, yo hubiera pensado que era una descarada, una descarada: conocí a muchas así en el colegio, y todas acabaron mal.

A la hija de meme Masani, de repente, le entraron ganas de hablar. Me preguntó mi nombre y ella me dijo que se llamaba Kabonesa. Trabajaba en el taller de la familia. Quizá por eso, aquel aspecto, pensé. Le pregunté si tenía novio, pero mi curiosidad pareció molestarle. Se acabó marchando un poco bruscamente.

Cuando me quedé sola, examiné aquel cuadro una y otra vez, una y otra vez, y no podía explicarme cómo podía cambiar la actitud de Okello hacia mí. Pensé en Faridah: había quedado contenta con la vieja.

Aquella noche, como me había recomendado mame Masani, no preparé una cena especial. Hice puré de ñame, con una receta de la señora Ibyara. Después de la comida, nos pusimos a ver la tele. Echaban un concurso que me gustaba mucho, y que no suelo perderme. Quedaban ya sólo dos concursantes: una secretaria de Kasese y un maestro de Sironko. Dos pruebas más y uno de los dos ganaría el gran premio, el premio con el que todo el país soñaba. Cortaron el programa para los anuncios; siempre lo hacían, siempre. Fue el momento que aproveché para irme a la cama. Okello se quedó extrañado.

–¿No ves el final? –me preguntó.

–Ahora me lo cuentas.

Me quité la ropa y me quedé completamente desnuda, completamente desnuda. Pensé en madre: ojalá que no se enterara de nada de esto. Me tendí boca abajo, tal como me había dicho mame Masani. Aquella posición era muy incómoda, pero la vieja había sido clara: tendría que quedarme así. Pasaron veinte, treinta minutos. Escuché a Okello entrar en el dormitorio. Iba a preguntarle que qué había pasado con la mujer de Kasese, pero decidí permanecer en silencio.

Se quitó la ropa despacio. Pensé que, como es su costumbre, iba a echarse a mi lado. En pocos minutos comenzaría a roncar. Sentí su peso en el borde del colchón… Algo extraño estaba sucediendo. Noté que se ponía encima de mí, que me acariciaba la espalda, ¡¡me acariciaba la espalda!! Aquello estaba dentro. Faridah me había hablado, me había explicado cómo lo hacían ella y su marido, pero fue muy diferente, muy diferente.

Cuando Okello acabó, se echó a mi lado, jadeando. Le toqué el pecho: estaba cubierto de sudor. Bajé la mano, acaricié su piel. Por alguna razón, no me rechazaba.

–¿Enchufo el ventilador? –le pregunté.

–No, no –me dijo.

Seguí como estaba. No sabía si Okello iba a continuar. ¿De esto era de lo que hablaban las chicas de la tienda? Debo reconocer que me había dolido un poco, pero al mismo tiempo, de una manera que no puedo explicar, había sido agradable, había sido agradable.

–¿Qué ha pasado con la mujer de Kasese?

–¿Qué?

–¿Ha ganado la mujer de Kasese? ¿Ha ganado?