Le mostró la pantalla.
–¿Qué te parece?
Ella comenzó a leer.
–No sé... Parece demasiado barato.
–Estaríamos solos durante una
semana. Solos –repitió.
Ella le miró. Nunca habían
hablado de aquello, pero, de alguna manera, siempre lo tenían presente.
–Estamos a finales de mayo. El
año pasado...
De pronto se dio cuenta de que no
tenía que haber mencionado el año pasado.
–Todos los años –corrigió–, por
estas fechas, ya teníamos decidido dónde viajar.
–No sé, me gusta bañarme.
–Podrás bañarte. Siempre habrá
días de buen tiempo. Y cuando esté cubierto o llueva, siempre podemos coger el
coche.
Ella pareció pensar.
–¿Estaremos solos?
–Sí. Ya te lo he dicho.
–¿No me estarás engañando?
–El año pasado no te engañé.
Ella no dijo nada. Apenas habían hablado del asunto en todos esos meses. Había sido horrible. Incluso pasaron semanas durmiendo en camas distintas.
–No te lo había dicho.
–¿Qué?
–Me llamó. Él.
–¿Te llamó?
–Sí. Me preguntó dónde íbamos a pasar el verano.