Histrión

El animador presentaba la siguiente actuación.

–Señores, puedo anunciarles que, después de un breve descanso, ha vuelto nuestro gran Martín. ¡Martín!

La pareja estaba sentada al fondo de la sala. Bebían un combinado, los dos.

–¿Quién es ese Martín?

–Martín. ¿No lo conoces? Es famoso, muy famoso en todos sitios.

–Si te lo pregunto es porque no lo conozco.

–Martín, ¿cómo decirlo? Es el artista más conocido del Taj Mahal. Ningún local ofrece lo que él ofrece.

Al escenario salió un hombre completamente desnudo. Estaba flaco, muy flaco. Se le marcaban las costillas.

–Uh, ¡cómo está de desmejorado!

–Pero, ¿qué hace?

–Ahora lo veras.

**

Martín se situó en el centro de la pista y cerró los ojos. Se estaba concentrando. Tenía que olvidar lo que había pasado, tenía que olvidar a aquella gente, tenía que concentrarse. Sintió el sudor recorriendo su cuerpo. Pensó en un río, en las orillas de un río cubierto de vegetación. Y allí, estaba ella. La veía.

**

–¿Qué hace?

–No lo ves.

El artista había tenido una erección. No muy grande, porque su pene era más bien pequeño, pero, al fin y al cabo, una erección.

–¿Eso es todo?

–No, no seas impaciente.

Levantó la mano, como alguien acostumbrado a hacerlo y llamó al camarero. Éste se acercó entre las mesas tratando de no tapar la visión de la pista, un poco agachado.

–Ponga otras dos. ¿Es la primera vez que actúa?

–Sí. La primera vez en dos meses.

No tuvo valor para preguntarle qué le había pasado.

–¿Qué está haciendo?

–Espera un poco y lo verás.

**

Ella estaba en el agua, vestida con la ropa interior. Le gritaba que se lanzara, que fuera junto a ella. Pero él no había traído el bañador. Ella le hacía gestos con el brazo. Vamos, vamos, le gritaba.

Por fin, ella salió. Se cogió el pelo y se lo secó. Un gesto que no olvidaría nunca. Después se sentó en la toalla y comenzó a hablar. No sabía qué decir. De pronto, de forma un tanto descuidado, ella se quitó la parte de arriba del biquini. Sus pezones semejaban dos pequeños montículos. No podía apartar la vista de aquellos pechos.

**

–Esto es estúpido.

El hombre de la pista había abierto los brazos. Se escucharon algunos murmullos en las primeras filas. El hombre cerró las manos, como tratando de coger fuerza.

–¿Qué está intentando hacer?

–No lo ves.

De pronto en la sala comenzaron a escucharse interjecciones, pero no hubo forma de saber lo que había sucedido, porque mucha gente se había levantado. Todos comenzaron a aplaudir. Por fin, cuando la gente se sentaba, sólo pudo ver como el artista, ahora con el pene fláccido, se lo limpiaba con un trozo de papel.

–¿Qué ha pasado? Eso es todo.

–Inténtalo tú. No es nada fácil.

–¿Quieres decir que…?

–Sí, nos hemos debido sentar en las primeras filas. Lo habríamos visto todos.

–Yo soy también capaz de hacerlo.

El hombre le miró displicentemente. No le respondió, sino que se llevó el vaso a los labios.

**

Le entregaron la bata cuando salió del escenario. Sólo entonces se sentía desnudo. Se dirigió hacia el camerino. Por el camino se encontró con doña Antonia.

–Muy bien, muy bien –le dijo. Se acercó a él y le dio dos besos en las mejillas. Se dio cuenta de que ella tenía el rostro muy frío–. Lo has hecho muy bien.

Por fin llegó al camerino. Allí se quitó el antifaz. Se sentó, evitando mirarse al espejo, no le gustaba la imagen que podía devolverle. Estaba cansado, agotado. Así era siempre.

Se echó un vaso del líquido que tenía encima de la mesa. Y se lo bebió de un solo trago. No podía decir que había sido más agotador que otras veces porque siempre lo recordaba tan fatigoso. Siempre así de agotador. Se echó un segundo vaso y tomó un trago.

**

Escuchó los nudillos que golpeaban la puerta. Habían vuelto también ellos, los aduladores.

–Adelante –dijo.